LO COMPTE FLORIS.


—Ja sabeu vos lo meu pare-que á ne'ls dotze anys se maridan
Jo 'n tinch dotze anys y un hora—y encare ne só fadrina,
 Ay amor, qui es lo que ho fa!
 Ay amor, qui gosaria !
—Tots mos regnes he trascat—y marit no 't trobaria
si no fos lo compte Florís—y encara te muller viva.
—Lo compte Florís vull jo,—compte de Florís voldria.
Fassáume fer un dinar—fassáulo fer desseguida
y mentres seréu á taula—li parlaréu de part mia.»
Lo rey molt prompte obehí—la paraula que sentia.
Lo rey ha fet fé un convit,—tots los comptes hi havia,
y també lo compte Florís—que molt estimat tenia.
Mentres estava dinant—estás paraulas diria:
—Compte Florís, compte Florís-tu t'has de casá'ab ma filla.
—¿Com pot sé aixó Senyor Rey-si ne tinch la muller viva?
—Compte mata á ta muller—que 't daré la meva filla.
—¿Com pot esse' aixó Senyor—matá á qui no'u mereixia?
—Mata compte á ta muller—si no tots dos moriríau.»
Lo compte se 'n torna á casa—ab cara molt entristida.
Sa muller lo va esperar—en un passeig que hi havia.
—De qu'estéu trist lo meu compte—de qu'estéu trist, amor mia?
—Comptesa ja 'us ho diré—aixís que n' arribi 'l dia?
Quan ne foren al sopar—no pot sopar d' agonía.
La cadira allí hont ell sèu—á los seus sospirs cruixia
y lo plat que te al davant—tot de llágrimas s' omplia.
—Que teniu lo meu amor—que no sopéu d' agonía?
—Comptesa ja 'us ho diré—aixís que n' arribi 'l dia.
Anémnosen á dormir—que allí al menos dormiria.»
De sa cambra treu als fills—cosa que fer no solia,
sols hi deixa 'l mes petit—per si mamar gens volia.
—Bon compte perque allunyéu—als fills que Dèu nos envia?
—Comptesa ja 'us ho diré—aixís que n' arribi 'l dia.»
Al punt de la mitja nit—ni l' un ni l' altre dormian.
—Que teniu lo meu espós—que no dormiu d' agonía?
—Ara si que 'us ho diré—que mes callar no podria.
Comptesa, lo rey m' ha dit—que jo li portés sanch viva.
—Matéu á baix del estable—lo cavall que jo hi tenia.
—Muller aixó no pot ser—que 'l rey ho coneixeria.
Lo rey avuy m' ha manat—que despartirnos haviam;
també'l rey me te manat—que'm tinch de casá'ab sa filla.
—Com pot ser bon comte, aixó—tenir duas mullers vivas?
—Es que també m'ha manat—que'us haig de llevar la vida.
—Pórtem á casa mos pares—novas de mí no sabrian,
jo criaria 'ls infants—millor que la que vindria.
—Com pot esser, ma muller,—tenir duas mullers vivas?
—Compte per tú moriré—compte per tú moriria.
Baixeten baix de la escala—porta aquellas telas finas
que jo n' havia brodat—al temps que n' era fadrina,
ab ellas me cobrirás,—de mortalla 'm servirian;
també deixam genollar—y dir quatre Ave-Marias
una per l' ánima vostra,—una per l' ánima mia,
una per qui 'm fa matar—no tinga punt d' alegria,
una per la qui vindrá—que no hi veja nit y dia.
Mentres que l' está matant—un patge del rey arriba.»
—Compte mata á ta muller—si no també moririas.»

VARIANTS.
Vers 3.

—Tot Mallorca n' he trascat—y marit no 't trobaria
á no se 'l comte de l' Arca—que tè infans y muller viva.

Vers 18.

Troba la seua comptesa—que á son camí li sortia.

Vers 20.

—Aném á sopar comptesa—que sopant us ho diria.

Vers 25.
Comptesa anémsen al llit—qu' en lo llit jo 'us ho diria.
Vers 31.

¿Qué teniu lo meu marit?—¿De qué estéu trist, amor mia?

Vers 44.

Báixaten baix la escala—porta aquellas telas finas.

Vers 46.

y en lo mitj d' aquellas telas—n' hi ha un brot de medicina.

Vers 21.

No 'm treguis moltas viandas—que 'ns basta un platet d' olivas.

Vers 36.

Que un ó altre ha de morir,—que departirnos haviam.

NOTAS.

 Esta cansó es una traducció mes ó menys catalanisada de la castellana que du per titol Conde Alarcos, y que mes avall publiquem. Aquests apariaments del castellá eran mòlt en us en los romansos dels últims segles, en los quins la musa catalana, que comensá abeurantse en la provençal, finia imitant á la castellana. En una versió mòlt vulgar y de gens de valor literari, que podriam y podem nomenar moderna, se hi ha afegit una fi diferent á la de la versió castellana. Diu aixís en ella la mare despedintse de sos fills:

 Mamáu mon fill preciós
 que no 'us ne tornaré á dar,
 ton pare m' ha de matar,
 altra mare tindrèu vos.—
 Com va ser punta de dia
 que la volia matar
 un ángel li revelá:
 «ja es mort lo rey ab sa filla
 son pare está dins l' infern
 sa filla per companyía.»
 Se donaren un abrás
 que desferrás no podian;
 aquí quedaren los dos
 ab gran perfeta alegría.

 En algunas versions, principalment mallorquinas, se nomena la cansó del Compte de l' Arca, vera imitació ó plají del nom de la castellana Alarcos de Pere de Riaño, que per las moltas bellesas que conté y perqué pot servir de complement á la nostra versió catalana la publiquem encara que sia molta sa llargaria.

 VERSIÓ CASTELLANA.

Retraida está la Infanta—bien así como solia,
viviendo muy descontenta—de la vida que tenia,
viendo que ya se pasaba—toda la flor de su vida,
y que el Rey no la casaba,—ni tal cuidado tenia.
Entre sí estaba pensando—á quién se descubriria,
y acordó llamar al Rey—como otras veces solia,
por decirle su secreto—y la intencion que tenia.
Vino el Rey siendo llamado,—que no tardó su venida:
vídola estar apartada,—sola está sin compañía;
Conociera luego el Rey—el enojo que tenia.
—¿Qué es aquesto, la Infanta?—¿Qué es aquesto, hija mia?
Contadme vuestros enojos,—no tomeis melanconía,
que sabiendo la verdad—todo se remediaria.
—Menester será, buen Rey,—remediar la vida mia,
que á vos quedé encomendada—de la madre que tenia.
Dédesme, buen Rey, marido—que mi edad ya lo pedia:
Con vergüenza os lo demando—no con gana que tenia
que aquestos cuidados tales—á vos, Rey, pertenecían.—
Escuchada su demanda—el buen Rey la respondia:
—Esa culpa, la Infanta,—vuestra era, que no mia,
que ya fuérades casada—con el príncipe de Hungría.
No quisistes escuchar—la embajada que venia,
pues acá en las nuestras cortes,—hija, mal recaudo habia,
porque en todos los mis reinos—vuestro por igual no habia,
si no era el conde Alarcos,—que hijos y muger tenia.
—Convidadlo vos, el Rey,—al conde Alarcos un dia,
y despues que hayais comido—decidle de parte mia,
decidle que se acuerde—de la fé que dél tenia,
la cual el me prometiera—que yo no se la pedia,
de ser siempre mi marido—y yo que su muger seria.
Yo fuí dello muy contenta—y que no me arrepentia.
Si la Condesa es burlada,—que mirara lo que hacia,
que por él no me casé—con el príncipe de Hungría:
si casó con la condesa—dél es culpa que no mia.—
Perdiera el Rey en la oir—el sentido que tenia,
mas despues en sí tornado—con enojo respondia.
—No son estos los consejos—que vuestra madre os decia!
¡Muy mal mirastes, Infanta,—do estaba la honra mia!
Si verdad es todo eso—vuestra honra ya es perdida:
no podeis vos ser casada—mientras la Condesa viva.
Si se hace el casamiento—por razon ó por justicia,
en el decir de las gentes—por mala sereis tenida.
Dadme vos, hija, consejo,—que el mio no bastaria,
que ya es muerta vuestra madre—á quien consejo pedia.
—Yo vos lo daré, buen Rey,—d' este poco que tenia:
mate el Conde á la Condesa—que nadie no lo sabria,
y eche fama qu' ella es muerta—de un cierto mal que tenia,
y tratarse ha el casamiento—como cosa no sabida.
D' esta manera, buen Rey,—mi honra se guardaria.—
D' allí se salía el Rey,—no con placer que tenia;
lleno va de pensamientos—con la nueva que sabia;
vido estar al conde Alarcos,—entre muchos, que decia:
—¿Qué aprovecha, caballeros,—amar y servir amiga,
que son servicios perdidos—donde firmeza no habia?
No puede por mi decir—aquesto que yo decia,
que en el tiempo que serví—una que tanto queria,
si muy bien la quise entonces—agora mas la queria;
mas por mi pueden decir,—quien bien ama tarde oblida.—
Estas palabras diciendo—vido al buen Rey que venia,
y hablando con el Rey—de entre todos se salia.
Díjole el buen Rey al Conde—hablando con cortesia:
—Convidaros quiero, conde,—por mañana en aquel dia,
que querais comer conmigo—por tenerme compañía.
—Que se haga de buen grado—lo que Su Alteza decia:
beso sus manos reales—por la buena cortesía;
detenerme he aquí mañana—aunque estaba de partida,
que la Condesa me espera—segun carta que me envia.—
Otro dia de mañana—el Rey de misa salia;
luego se asentó á comer,—no por gana que tenia,
sino por hablar al Conde—lo que hablarle queria.
Allí fueron bien servidos—como á Rey pertenecia.
Despues que hubieron comido,—toda la gente salida,
quedóse el Rey con el Conde—en la tabla do comia.
Empezó el Rey de hablar—la embajada que traia.
—Unas nuevas traigo, Conde,—que d' ellas no me placia,
por las cuales yo me quejo—de vuestra descortesia.
Prometistes á la Infanta—lo que ella no os pedia,
de siempre ser su marido—y á ella que le placia.
Si á otras cosas pasaste—no entro en esa porfía.
Otra cosa os digo, Conde,—de que mas os pesaria:
que mateis á la Condesa—que así cumple á la honra mia:
echeis fama de que es muerta—de cierto mal que tenia,
y tratarse ha el casamiento—como cosa no sabida,
porque no sea deshonrada—hija que tanto queria.—
Oidas estas razones—el buen Conde respondia:
—No puedo negar, el Rey,—lo que la Infanta decia,
sino que otorgo, es verdad,—todo cuanto me pedia.
Por miedo de vos, el Rey,—no casé con quien debia,
ni pensé que Vuestra Alteza—en ello consentiria.
De casar con la Infanta—yo, señor, bien casaria;
mas matar á la Condesa—señor Rey, no lo haria,
porque no debe morir—la que mal no merecia.
—De morir tiene, buen Conde—por salvar la honra mia,
pues no mirastes primero—lo que mirar se debia.
Si no muere la Condesa—á vos costará la vida,
que por la honra de los reyes—muchos sin culpa morian,
que muera pues la Condesa—no es mucha maravilla.
—Yo la mataré, buen Rey,—mas no sea la culpa mia:
vos os avendreis con Dios—en el fin de vuestra vida,
y prometo á Vuestra Alteza,—á fé de caballería.
que me escriba por traidor—si lo dicho no cumplia
de matar á la Condesa,—aunque mal no merecia.
Buen Rey, si me dais licencia—luego yo me partiria.
—Vades con Dios, el buen Conde,-ordenat vuestra partida.-
Llorando se parte el Conde—llorando sin alegría;
llorando por la Condesa—que mas que á sí la queria.
Lloraba tambien el Conde—por tres hijos que tenia,
el uno era de teta,—que la Condesa lo cria,
que no queria mamar—de tres amas que tenia
si no era de su madre—porque bien la conocia;
los otros eran pequeños,—poco sentido tenian.
Antes que el Conde llegase—estas razones decia:
—¿Quién podrá mirar, Condesa,—vuestra cara de alegria,
que saldréis á recibirme—á la fin de vuestra vida?
Yo soy el triste culpado,—esta culpa toda es mia.—
En diciendo estas palabras—ya la Condesa salia,
que un page la habia dicho—como el Conde ya venia.
Vido la Condesa al Conde—la tristeza que tenia,
vióle los ojos llorosos—que hinchados los tenia
de llorar por el camino—mirando el bien que perdia.
Dijo la Condesa al Conde:—«Bien vengais, bien de mi vida!
¿Qué habeis, el conde Alarcos?—¿Porqué llorais, vida mia,
que venís tan demudado—que, cierto, no os conocia?
No parece vuestra cara—ni el gesto que ser solia;
dadme parte del enojo—como dais de l' alegría.
¡Decídmelo luego, Conde,—no mateis la vida mia!
—Yo vos lo diré, Condesa,—cuando la hora seria.
—Si no me lo decís, Conde,—cierto yo reventaria.
—No me fatigueis, señora,—que no es la hora venida,
cenemos luego, Condesa,—d' aqueso qu' en casa habia.
—Aparejado está, Conde,—como otras veces solia.—
Sentóse el Conde á la mesa,—no cenaba ni podia,
con sus hijos al costado,—que muy mucho los queria.
Echóse sobre los hombros;—hizo como que dormia;
de lágrimas de sus ojos—toda la mesa corria.
Mirábalo la Condesa—que la causa no sabia;
no le preguntaba nada—que ne osaba ni podia.
Levantóse luego el Conde,—dijo que dormir queria;
dijo tambien la Condesa—que ella tambien dormiria;
mas entre ellos no habia sueño—si la verdad se decia.
Vanse el Conde y la Condesa—á dormir donde solian:
dejan los niños de fuera—que el Conde no los queria:
lleváronse el mas chiquito—el que la Condesa cria.
El Conde cierra la puerta—lo que hacer no solia.
Empezó de hablar el Conde—con dolor y con mancilla.
—Oh desditxada Condesa,—grande fué la tu desditxa!
—No soy desditxada, Conde,—por ditxosa me tenia
solo en ser vuestra muger,—esta fué gran ditxa mia.
—Si bien lo mirais, Condesa,—esa fué vuestra desditxa!
Sabed que en tiempo pasado—yo amé á quien bien servia,
la cual era la Infanta.—Por desditxa vuestra y mia
prometí casar con ella;—y á ella que le placia,
demándame por marido—por la fé que me tenia.
Puédelo muy bien hacer—por razon y por justicia:
dijómelo el Rey su padre—porque d' ella lo sabia.
Otra cosa manda el Rey—que toca en el alma mia:
manda que murais, Condesa,—á la fin de vuestra vida,
que no puede tener honra—siendo vos, Condesa, viva.—
De qu' esto oyó la Condesa—cayó en tierra mortecida:
mas despues en sí tornada—estas palabras decia:
—Pagos son de mis servicios,-Conde, con que yo os servia!
Si no me matais, el Conde,—yo bien os consejaria:
enviédesme á mis tierras—que mi padre me ternia,
yo criaré vuestros hijos—mejor que la que vernia
y os mantendré castidad—como siempre os mantenia.
—De morir habeis, Condesa,—en antes que venga el dia.
—Bien parece, Conde Alarcos,—yo ser sola en esta vida;
porque tengo el padre viejo—mi madre ya es fallecida,
y mataron á mi hermano—el buen Conde Don García,
que el Rey lo mandó matar—por miedo que dél tenia!
No me pesa de mi muerte—que yo de morir tenia,
mas pésame de mis hijos,—que pierden mi compañía;
hacémelos venir, Conde,—y verán mi despedida.
—No los vereis mas, Condesa,—en dias de vuestra vida:
abrazad ese chiquillo—que aqueste es el que os perdia.
Pésame de vos, Condesa,—cuanto pesar me podia;
No os puedo valer, señora,—que mas me va que la vida;
encomendáos á Dios,—qu' esto de hacerse tenia.
—Dejeisme decir, buen Conde,—una oracion que sabia.
—Decíla presto, Condesa,—antes que amanezca el dia.
—Presto l' habré dicho, Conde,–no estaré un Ave María.—
Hincó rodillas en la tierra—y esta oracion decia:
«En las tus manos, Señor,—encomiendo el alma mia:
«no me juzgues mis pecados—segun que yo merecia,
«mas segun tu gran piedad—y la tu gracia infinita.»
Acabada es ya, buen Conde,—la oracion que yo sabia.
Encomiéndoos esos hijos—que entre vos y mí habia,
y rogad á Dios por mí—mientras tuviérades vida,
que á ello sois obligado—pues que sin culpa moria.
Dédesme acá ese chiquito—mamará por despedida.
—No le despertais, Condesa,—dejadlo estar que dormia,
sino que os pido perdon—porque ya se viene el dia.
—A vos yo perdono, Conde,—por amor que vos tenia;
mas yo no perdono al Rey,—ni á la Infanta su hija,
sino que queden citados—delante l' alta justicia,
que allá vayan á juicio—dentro de los treinta dias.—
Estas palabras diciendo—el Conde se apercibia;
echóle por la garganta—una toca que tenia,
apretó con las dos manos—con la fuerza que podia:
no le afloja la garganta—mientras que vida tenia.
Cuando ya la vido el Conde—traspasada y fallecida,
desnudóla los vestidos—y la roba que tenia:
echóla encima la cama—cubrióla como solia;
desnudóse á su costado—obra de un Ave María;
levantóse dando voces—á la gente que tenia.
—Socorred, mis Caballeros,—que la Condesa se fina!—
Hallan la Condesa muerta—los que á socorrer venian.
Así murió la Condesa—sin razon y sin justicia;
mas tambien todos murieron—dentro de los treinta dias.
Los doce dias pasados—la Infanta ya se moria;
el rey á los veinte y cinco—el Conde al treinteno dia.
Allá fueron a dar cuenta—á la justicia divina
acá nos dé Dios su gracia,—y allá la gloria cumplida.

En Agustí Duran acompanya aquest romans ab la següent nota:—«Este romance, mas bien de amor que caballeresco, se coloca como tal entre los del Ciclo Carlovingio, por ser una historia hecha á semejanza de la del Conde Claros, y por contener vestigios de las costumbres feudales, y del poder que á veces el Señor ejercia sobre sus feudatarios beneficiados. Aquí el Conde Alarcos es un ejemplo de ello, y de que tal vez en algunos próceres, especialmente en España, se sacrificaba mucho á la fidelidad de los monarcas. La supersticion de los emplazamientos ante el juicio de Dios, que era comun en los siglos medios, y en particular en la época de nuestro Fernando IV, dicho el emplazado, ó su recuerdo debió influir mucho en el poeta para la catástrofe de su romance; el cual es uno de los que ofrecen situaciones mas tiernas y patéticas, por mas que inverosímiles parezcan los medios de alcanzarlas. La misma ruda é inartificiosa sencillez con que están espresadas, contribuye á que resuenen mas y mas en lo íntimo del corazon. Lope de Vega formó con esta fábula su interesante comedia de La fuerza lastimosa; y Guillen de Castro y Mirademescua, cada uno por su parte escribieron un drama intitulado El Conde Alarcos.