que aquestos cuidados tales—á vos, Rey, pertenecían.—
Escuchada su demanda—el buen Rey la respondia:
—Esa culpa, la Infanta,—vuestra era, que no mia,
que ya fuérades casada—con el príncipe de Hungría.
No quisistes escuchar—la embajada que venia,
pues acá en las nuestras cortes,—hija, mal recaudo habia,
porque en todos los mis reinos—vuestro por igual no habia,
si no era el conde Alarcos,—que hijos y muger tenia.
—Convidadlo vos, el Rey,—al conde Alarcos un dia,
y despues que hayais comido—decidle de parte mia,
decidle que se acuerde—de la fé que dél tenia,
la cual el me prometiera—que yo no se la pedia,
de ser siempre mi marido—y yo que su muger seria.
Yo fuí dello muy contenta—y que no me arrepentia.
Si la Condesa es burlada,—que mirara lo que hacia,
que por él no me casé—con el príncipe de Hungría:
si casó con la condesa—dél es culpa que no mia.—
Perdiera el Rey en la oir—el sentido que tenia,
mas despues en sí tornado—con enojo respondia.
—No son estos los consejos—que vuestra madre os decia!
¡Muy mal mirastes, Infanta,—do estaba la honra mia!
Si verdad es todo eso—vuestra honra ya es perdida:
no podeis vos ser casada—mientras la Condesa viva.
Si se hace el casamiento—por razon ó por justicia,
en el decir de las gentes—por mala sereis tenida.
Dadme vos, hija, consejo,—que el mio no bastaria,
que ya es muerta vuestra madre—á quien consejo pedia.
—Yo vos lo daré, buen Rey,—d' este poco que tenia:
mate el Conde á la Condesa—que nadie no lo sabria,
y eche fama qu' ella es muerta—de un cierto mal que tenia,
y tratarse ha el casamiento—como cosa no sabida.
D' esta manera, buen Rey,—mi honra se guardaria.—
D' allí se salía el Rey,—no con placer que tenia;
lleno va de pensamientos—con la nueva que sabia;
vido estar al conde Alarcos,—entre muchos, que decia:
—¿Qué aprovecha, caballeros,—amar y servir amiga,
que son servicios perdidos—donde firmeza no habia?
No puede por mi decir—aquesto que yo decia,
que en el tiempo que serví—una que tanto queria,
si muy bien la quise entonces—agora mas la queria;
mas por mi pueden decir,—quien bien ama tarde oblida.—
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